De grupos formados por personas desnaturalizadas, solamente se puede esperar una sociedad desnaturalizada. Entendiendo la desnaturalización como un cambio estructural y una pérdida de las propiedades iniciales.
En un contexto humanamente desnaturalizado es muy complicado que no nos vayamos a encontrar empresas neuróticas. Las empresas neuróticas son lugares en donde se respira una alteración, una modificación, una transfiguración, una falsificación de aquello que siempre quisimos creer que debía ser una empresa.

Captura Empresa Neurótica
Las empresas neuróticas son lugares desconcertantes, en los que no nos sentimos cómodos y, por lo tanto, son lugares en dónde no podemos dar lo mejor de nosotros mismos. La estructura que en su momento nos reaseguraba, hoy nos confunde y nos genera un estado en el que las dudas son superiores a la confianza en sí mismo y en el entorno.
Las empresas neuróticas se identifican por algunos de los síntomas con los que nunca nos gustaría cruzarnos, pero cabe la posibilidad, sintiéndolo mucho, de que te estés cruzando con ellos cada vez más frecuentemente. Algunos de esos síntomas pueden ser los siguientes:

  • Las relaciones entre todos son muy desiguales. Se forman más grupos de los aceptables y convenientes. Comienzan a aparecer una especie de psuedo-empresas ficticias dentro de la empresa. Comenzamos a cuestionarnos si somos, o ya no somos, de los nuestros.
  • Existe un malestar permanente con la jerarquía. Y es que cuando los de arriba pierden la vergüenza a juicio de los de abajo, y hay muchas maneras de perder la vergüenza, los de abajo comienzan a perder el respeto. El poder comienza a perder significado y la autoridad no se reconoce porque brilla por su ausencia.
  • La motivación y la movilización es cada vez menor. El esfuerzo para encontrar motivos y razones para pasar a la acción es enorme y las ganas de querer hacer se hacen insignificantes.
  • Hace aparición la sensación de desbordamiento. No es que tengamos mucho trabajo y muchas tareas por realizar, el problema es que ya no sabemos por dónde empezar. Dejamos de saber cuáles son nuestras prioridades.  Y en muchos casos, estas prioridades son diferentes a las de nuestros jefes, diferentes a las de la empresa, diferentes a las de nuestros colaboradores.
  • El clima que se respira es cada vez más irrespirable. El hábitat que conocimos ya no existe, dejamos de reconocernos y deseamos convertirnos en nómadas en busca de un territorio menos hostil.
  • La energía corporativa desprendida desciende. Ya no hay pasión, ya nadie disfruta, ya no hay ni fuerza, ni ilusión, ni empuje. El equipo es un equipo de zombies.
  • Cualquier acción cuesta un trabajo enorme. Mover toda la inmensa maquinaria para conseguir cualquier cambio, por pequeño que sea, supone un gasto de energía y tiempo tal, que ya no merece la pena ese esfuerzo.
  • La justicia y la equidad se desvanecen. Se tiende a ser selectivo a la hora de reprobar acciones inadecuadas y en ocasiones, acciones de poca relevancia, sirven para demonizar a quien las realiza, de una manera desproporcionada. Con lo grave, a los ojos de todos, no pasa nada y con aquello que no deja de ser nimio, se monta una muy gorda…
  • Se echa en falta una mínima coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Los valores fueron pero ya no son, inspiran en todo caso, pero ya no vertebran. Incluso el ser respetuoso con ellos, en ocasiones, te puede traer consecuencias otrora inmerecidas.
  • Ya nadie dice lo que hace. Y nadie dice lo que piensa. Y la comunicación es cada vez menor y de peor calidad.
  • Se comienza a buscar fuera, desesperadamente, el talento de primera línea, que en muchas ocasiones se tiene dentro, en segunda línea y desesperado. Se contrata talento para que puedan tomar decisiones con más criterio, pero el intervencionismo jerárquico e ignorante, no permite que el talento tome las decisiones para las que fueron contratados. Aparece el talento castrado y frustrado y la gente se empieza a instalar en su puesto de trabajo.
  • Los objetivos no son producto de un resultado a alcanzar y de un logro deseado, sino la consecuencia de un sueño de la Dirección. Las previsiones de actividad se confeccionan en base a una cuenta de explotación que se construye a la inversa, es decir, de abajo hacia arriba. El cash flow a conseguir, por ejemplo, no es el que se conseguirá, ni mucho menos. Todos lo saben y nadie lo dice.
  • Se permuta y acepta el significado de comprometerse por el de involucrarse. El compromiso es ficticio y el poco que queda, es destapado por la adversidad cuando esta llega. El rendimiento desciende y nadie busca explicárselo. La raíz de los problemas se hace invisible.
  • Se pierde talento. Se gana desconfianza.
  • Los cambios se viven mal, muy mal. Las oportunidades pasan como una exhalación y las amenazas se instalan de manera perenne en las mesas de al lado, con un potente efecto cascada y contagioso. La epidemia ya no se puede detener.

La evolución de este tipo de neurosis empresarial, con síntomas parecidos a los descritos, tiene mal pronóstico.
Su recuperación pasaría por un incremento del compromiso basado en la participación real, en la confianza, en el respeto, en la comunicación sincera y transparente, en el reconocimiento del talento (aptitud y saber), y en el estímulo de un nuevo talante (ganas y disposición).
Puesta la radiografía de la compañía neurótica en el negatoscopio de la franqueza, solo queda la certificación de la defunción. Defunción motivada por una entrega, por parte de sus miembros, de su cada vez más escaso trabajo y una renuncia absoluta a prestar su inteligencia, que sería la única llave que podría abrir la puerta al inicio de la recuperación de lo que, en todo caso, ya nunca sería igual.
Si te encuentras en una empresa neurótica (yo no lo quiero), comienza a buscar un nuevo hábitat para evitar terminar ser parte del compostaje que abonará un futuro incierto. Incierto, pero no relativo a la incertidumbre, sino a la falta de sinceridad.