Emilio Solís

Socio – Director General 

 

 

Debo confesar que, aunque me gusta mucho,  no soy ningún especialista en el deporte del fútbol  y que mis conocimientos en esta materia son más bien limitados. Hace ya mucho tiempo que aprendí (era yo un niño) que este deporte es muy difícil de jugar y, además, extraordinariamente competitivo, y que a su élite sólo llegan aquellos que realmente disponen de mucho talento para él.

En lo que sí me considero un especialista es en las Personas y en su Talento dentro de las Organizaciones, especialmente, en su Talento para el Liderazgo de otras personas y para el Desarrollo de Equipos.

El Talento, cualquier tipo de talento porque hay muchos, siempre  es una sutil combinación de Capacidades  que aprendemos, de Competencias que desarrollamos, de Motivaciones  que perseguimos  y de Valores con los que nos comprometemos.

 

 

 

 

 

 

 

Las diferentes combinaciones de estos cuatro elementos son las que nos permiten actuar con éxito en las diferentes posiciones y actividades profesionales que desempeñamos e integrarnos y encajar adecuadamente en las diferentes organizaciones en las que trabajamos.

En el caso del fútbol,  los dos puestos tipo más importantes que existen (Entrenador y Jugador) requieren unas combinaciones de esos cuatro elementos muy distintas entre sí.

En mi opinión, son necesarios y suficientes los siguientes niveles de cada elemento para cada una de las posiciones:

 

  CAPACIDADES COMPETENCIAS MOTIVACIONES VALORES
Entrenador nivel alto nivel alto nivel bajo nivel alto
Jugador nivel   alto nivel   bajo nivel   alto nivel   bajo

 

Un Entrenador, la función de un entrenador, requiere de un alto nivel de expertise técnico y profesional. Es una actividad que requiere “saber”. Una persona que no sabe de las técnicas del fútbol como deporte,  no tiene éxito.

Lo mismo ocurre en la posición del Jugador, aunque en un ámbito de expertise diferente. La primera condición para que el jugador triunfe es que “sepa” jugar al fútbol y, en su posición, sea excelente en sus habilidades específicas: como portero,  defensa, delantero…

La posición de Entrenador requiere también un nivel de ciertas competencias personales  alto, muy alto, diría yo. Por ejemplo, requiere un alto nivel de Liderazgo de personas y equipos, un alto nivel de Empatía, un alto nivel de Inteligencia emocional, un alto nivel de Autocontrol … Un entrenador o es un líder o no es nada. O es capaz de arrastrar tras de sí a su equipo o está condenado al fracaso. Y esto lo logrará únicamente gracias a sus competencias personales, no a su poder oficial como titular del puesto de “entrenador” o a los títulos que haya conseguido.

En el caso de los Jugadores, aunque es bueno que tengan ciertas competencias, por ejemplo, Trabajo en Equipo o Colaboración, no resultan imprescindibles en la mayoría de los casos para su éxito profesional.

Las Motivaciones humanas en el mundo de la empresa y las organizaciones son casi siempre Intereses.  Es todo aquello que nos impulsa, nos moviliza y nos arrastra. Es aquello que perseguimos y que queremos lograr porque nos gusta, nos satisface, nos interesa. Por ejemplo, ascender en la empresa, asumir nuevos retos profesionales, ganar más dinero, son claros ejemplos de motivaciones/intereses laborales.

Los Jugadores deben tener un alto nivel de motivación, deben ser ambiciosos, deben querer crecer y ser cada vez mejores que los demás, deben querer ganar títulos y, también, dinero. Un jugador motivado es un jugador dinámico, proactivo, enérgico, esforzado, competitivo…  Cierto que su peligro es caer en el “egoísmo” y el “individualismo”, pero es un peligro que se puede minimizar y cuyo riesgo menor justifica las grandes ventajas que, como decimos, aporta.

En el caso del Entrenador ocurre justamente lo contrario. Un entrenador excesivamente “interesado” o “motivado” suele ser un gran peligro para el equipo y para la propia organización en la que se integra.  Si al jugador “interesado” se le puede controlar fácilmente, no ocurre lo mismo con el entrenador dada su posición de máximo líder del equipo y referente de la organización, tanto interna como externamente. Mientras las motivaciones/intereses del entrenador coincidan con las de la organización en la que trabaja, todo irá relativamente bien. Pero cuando no sea así, tengamos por seguro que el conflicto, el gran conflicto, estallará de inmediato.

Un Entrenador, obviamente, tiene sus motivaciones y ambiciones,  ganar títulos, ganar dinero, ser el mejor, y está muy bien que las tenga. Le darán energía y dinamismo. Incluso, le pueden gustar más unos que otros de sus jugadores o colaboradores. Pero su éxito como líder no radicará aquí, en sus ambiciones o en sus gustos, sino en sus Valores. En sus intereses, lo más probable es que repose la semilla de su fracaso. Pero en sus valores, en su sentido del deber y de la responsabilidad, en su compromiso, es dónde estará la clave de su éxito. Un Entrenador no puede alinear su conducta con sus gustos o sus deseos,  porque acabará desviándose de su camino.  Los compromisos son obligaciones,  obligaciones que derivan de compartir o, cuando menos, asumir  valores corporativos moralmente dignos. Los compromisos sí son guías de nuestra conducta, sobre todo, para los líderes y profesionales de primer nivel

¿A qué viene esta reflexión ? Pues a que los madridistas acabamos de perder un gran profesional, al que sólo le han faltado un par de sesiones de Coaching en las que aprender que es mejor comportarse de acuerdo a los valores (que los tiene y muy notables) que dejarse dominar por las motivaciones (que las tiene y muy fuertes).

Como  aquella pelicula en la que una niña india quería ser Beckham, a mí, lo confieso,  me hubiera encantado  ser  ¡ el coach de Mourinho !