Carlos Capacés Director

Carlos Capacés. Director

 

 

 

 

 

 

 

¿Eres un procrastinador o eres diligente?

Es posible que prefirieras ser un procrastinador a ser un precipitado, si considerásemos que ambos términos son los extremos del eje imaginario llamado acción.

El término procrastinar se asemeja al de aplazar. Pero se trata de un aplazamiento de nuestras obligaciones, tareas, cometidos, funciones, tareas que se nos han encomendado o que debemos realizar, efectuando un despliegue de tácticas que únicamente parecen disfrazar nuestra pereza. Teniendo en cuenta que un perezoso no es exactamente un holgazán. Un holgazán es claramente alguien que no quiere pasar a la acción, que no quiere realizar ningún tipo de trabajo. Una persona perezosa es alguien con poca fuerza, poca energía, más bien flojo, cuya fuerza de voluntad para lo inmediato es débil.

El procrastinador denota, por lo reiterado de sus no acciones, una débil fuerza de voluntad respecto a lo inmediato, a lo que hay que hacer ahora. Sin embargo, el despliegue que realiza de tácticas y pretextos para no hacer lo que hay que hacer ahora mismo, se corresponde con una fuerza de voluntad de futuro aparentemente incansable.

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El procrastinador sabe que lo es, pero no sabe cómo dejar de serlo. Su hábito de aplazar le acarrea consecuencias que no desea: frustración, caos, insatisfacción, inseguridad, incluso puede llegar a sentir un fuerte pérdida de confianza, faltas de respeto por parte de quienes le rodean y le sufren y hasta cierto sentimiento de inferioridad. Algunos especialistas en el asunto se atreven a certificar que el 20 % de la población ha adoptado la procrastinación como su estilo de vida.

En el otro extremo del eje de la acción, estaría la precipitación. El hacer las cosas de manera alocada, con prisa y sin reflexión. Hacerlas sin atención, sin cuidado, de manera negligente. Dicho así, tampoco deseamos ser personas precipitadas. Entre la precipitación y la procrastinación, más o menos en el tramo intermedio de nuestro imaginario eje de la acción, nos encontramos un punto cuyo nombre nos resulta cuanto menos atractivo: la diligencia.

La diligencia es una palabra poco utilizada por la mayoría y para otra gran parte algo anacrónica. Sin embargo el origen etimológico de diligencia significa “amar”. Así que la diligencia tiene mucho que ver con el amor, con aquello que consideramos valioso, con aquello que apreciamos y que por lo tanto, deseamos cuidar. No en vano, una de las acepciones que en el diccionario podemos encontrar, la define como el cuidado, prontitud, agilidad y eficiencia con la que se lleva a cabo una gestión.

Por lo tanto, aquel que es diligente, se caracteriza por ignorar la procrastinación y huir de la precipitación, vacunándose al mismo tiempo contra la pasividad y la inercia.

Ser diligente no es preocuparse, sino ocuparse de las cosas. Es demostrar con nuestras acciones que nos sentimos responsables y deseosos de hacer bien lo que tenemos que hacer. La diligencia ilustra nuestra fuerza de voluntad, con las pinceladas de equilibrio y armonía que nos facilita nuestra motivación por lo logros conseguidos, más que por los premios que obtenemos.

El profesor José Antonio Marina, profesor y sabio, dice que una justicia procrastinadora es una injusticia.
Por lo tanto, una justicia diligente no es más que una redundancia.

¿Eres un procrastinador o eres diligente?